Nuestra historia empezó una noche trasnochada de invierno. Cada quien en su computadora jugando, y sin saberlo, tirando los dados. No quiero enfatizar mucho en el misticismo ni en lo improbable que fue nuestro encuentro, pero solamente me gustaría marcar que de haberlo querido provocar, no hubiéramos podido encontrarnos.
Así nos cruzamos, nos hablamos y nos interesamos mutuamente. De un segundo al otro dejamos las palabras escritas y me dijiste de hacer llamada. Durante todo el momento previo hasta que me atendiste, tenía el cuerpo temblando por dentro, pero vos del otro lado me calmabas con palabras escritas. Una vez que se me calmaron los nervios ya estabas hablando sobre que habías ido a comprar papas negras y te había salido barato. Aunque en ese momento me di cuenta de que ni sabía el precio de las papas blancas, así que no entendía del todo si te habían salido baratas o caras.
El invierno se terminó y no hubo otra charla más que esa. Fue a finales de primavera que volvimos a hablar, aunque esta vez de manera menos intensa al principio. Pero ahora se había convertido en una costumbre, un hábito y un recorrido que nos llevaba a algo inexplorado. Éramos una mezcla de palabras, fotos y un montón de magia. Representado en una planta, hubiera sido el comienzo de su germinación. Íbamos regando nuestra relación, nuestra plantita, día a día. Se acercaba navidad, era comienzos de diciembre. En algún momento me invitaste a salir y de nuevo temblé. Temblé de miedo, de emoción y de ganas de verte. Y de nuevo, como cuando me invitaste a hacer la llamada, acepté sin pensarlo ni dudarlo un segundo. Solamente temblaba, pero eso no me frenaba.
Pasaron varios días hasta que llegó la mañana en la que nos teníamos que ver. Todavía no se ilusionen, yo me llevé el mismo mal gusto cuando mi mamá me pidió que me quedara a cuidar a mi hermano. Tuve que cancelarte la salida, y vos ya estabas lista para ir a tomar el tren que unía esos 39 km. Me acuerdo de tu decepción y del primer momento de angustia en nuestra relación que todavía no había florecido. Veníamos hablando de cómo iba a ser nuestra primera salida durante casi una semana, pero los dados no cayeron como antes. Relacioné tu enojo con las pocas ganas de que te ilusionen, quizás porque en varias ocasiones lo habían hecho. No tenía forma de mostrarte que yo quería verte, que no era una excusa por mis nervios ni por mi escasez de experiencias pasadas.
Fue ese mismo día o no me acuerdo si pasaron un par, pero te tranquilizaste y me dijiste de reprogramar nuestra salida. Nos íbamos a ver el 15 de diciembre de 2018. Desde ese momento en el que establecimos la fecha y la hora, todos mis pensamientos pasaron a estar relacionados con eso. Sentía nervios mientras más pensaba en detalles, me daba miedo equivocarme en cosas o simplemente no te parezca interesante por no saber expresarme. No quería esperar ni un segundo, la espera era eterna. Ya me sabía de memoria cómo llegar hasta allá, que colectivo tomar, donde bajar y con qué subte combinar.
Esa mañana me desperté a las 8 am y nos veíamos a las 14:35. Quise despertarme temprano para evitar imprevistos y que me sobrara el tiempo en vez de faltarme. Me bañé y desayuné un té con tostadas sin nada. Mi mamá me había planchado una remera verde y un jean de bolsillos cuadrillé por dentro. Recuerdo preparar la mochila con la campera y un par de cosas que ya estaban adentro. Tenía todo listo, ahora era seguir el recorrido que ya me había aprendido y llegar a horario.
El viaje en colectivo no fue nada raro porque habitualmente lo hacía, eran pocas paradas y solamente era bajarme en Congreso. El problema era que yo nunca había bajado en Plaza Miserere, y cuando bajé me encontré con el camino para combinar con la otra línea de subte. Entonces me perdí e hice un camino que me llevó a cualquier lado. A los pocos pasos, volteé sobre mi propio eje y volví por donde había venido. Esta vez quedaba un único camino y no podía equivocarme de nuevo. Mis pasos se hacían solos, te sentía a metros y el día estaba hermoso. Ya era casi la hora y yo no había llegado a la estación de trenes, que era donde ibas a estar. Empecé a subir la escalera mecánica que conecta el subte con la estación, y a medida que los escalones iban subiendo, yo iba viendo por primera vez todo ese lugar gigante lleno de negocios y de relojes con los horarios de los recorridos. Al fondo veía un árbol de navidad enorme, y no te voy a mentir, me daba miedo que no fueras real así que me quedé al lado de un carrito de seguridad.
Nos empezamos a mandar mensajes para ver dónde estábamos. Me dijiste que estabas debajo del árbol pero yo ya te había visto en el momento que me mandaste el mensaje; estabas mirando el celular mientras me escribías pero yo ya estaba casi a un metro enfrente tuyo. Te dije alguna palabra para llamar tu atención, levantaste tu mirada y por primera vez nos vimos cara a cara. El tiempo se detuvo, el miedo y las preguntas desaparecieron. Pero de nuevo, sin darme tiempo a reaccionar, me abrazaste. Fue a partir de ese momento que la tarde iba a quedar grabada en nuestras cabezas como una película. Cada paso, cada mirada y cada roce generaban un único recuerdo hermoso e inolvidable que iba a pasar a ser parte de nuestra historia.
Nuestra primera salida se basó en vos sorprendiéndome. Aunque también habíamos pactado antes de la salida, que yo te iba a besar. Así que nuestra salida también se iba a basar en ese beso al que todavía no le habíamos puesto horario ni lugar. Cada paso, cada agarrada de mano, daba indicio a que nos podíamos besar, pero como dependía de mí, no me animaba. Porque yo temblaba, pensaba mucho las cosas antes de hacerlas, en cambio vos simplemente las hacías para no pensarlas mucho. Te recuerdo queriendo hacer locuras, como una chispa que rebotaba por todos lados. Yo me recuerdo mirándote con asombro, apenas pudiéndolo creer. Hacías movimiento eufóricos y decías cosas ilógicas a lo que yo respondía queriendo seguirte la corriente.
Voy a dar detalles de la primera salida porque me ayuda a entrar cada vez más en tema. Primero nos encontramos en el árbol como ya expliqué, después me abrazaste y caminamos hasta las escaleras mecánicas, esta vez para bajar. Una vez abajo, para la persona que nunca haya ido, hay un túnel medianamente grande que conecta la estación de las tres entradas y salidas de las distintas estaciones de subte. En el medio de las entradas y salidas, hay un mapa de los subtes y sus recorridos. Ese fue nuestro mapa durante bastante tiempo, era hacer el camino, frenar ahí y quedarnos mirando el mapa hasta que decidíamos algún lugar aleatorio para ir a conocer. El lugar casi siempre me lo hacías elegir a mí porque me decías que no sabías a dónde ir hasta que yo decidía. La primera vez fue a Facultad de Derecho, con el subte de la línea H, pero nos bajamos antes. La verdad es que hacía calor… mucho calor. Es más, creo que nos deshidratamos con cada paso que dimos. Yo había llevado plata para comprarnos una merienda, pero vos no querías merendar. Así que paramos en una cafetería en una esquina y me pedí un café negro mientras vos me mirabas. Me acuerdo que me dieron una moneda de cinco pesos y te la regalé. Después de eso, me acompañaste a que agarrara el azúcar y a que la mezcle. En ese momento te dije que cuando tomaba café me sentía como los detectives de las películas estadounidenses. Te reíste y de ahí, nos sentamos.
Estábamos cara a cara hablando un poco sobre la vida en general, tratando de sorprendernos para enamorarnos mutuamente, vos me hablabas sobre cosas de estudio y yo te hablaba sobre ya no me acuerdo qué. Lo que si me acuerdo es que busqué en mi mochila si tenía algo con lo que sorprenderte, y encontré un anotador con notas de algo que había intentado estudiar pero que había abandonado. En ese anotador estaba una foto mía que saqué para dártela. Tenías esa mirada llena de dulzura que te caracterizó siempre, esa mirada cálida, llena de amor para dar y más aún para recibir.
Recordar esa tarde se siente como si hubiera sido una película o una historia irreal, es increíble cómo se me clavaron en la memoria todos esos recuerdos llenos de color y de sentimientos. Cada expresión tuya, cada mirada que compartimos, cada intercambio de palabras que hicimos, se siente como si todo hubiera sido así por algo y no podría haber sido de otra manera. Se me llenan los ojos de lágrimas de pensar en cómo saltabas de la emoción, ese día me empapaste de ganas de vivir y supe que era con vos con quién quería seguir en este camino.
Cuando terminé de tomar el café, salimos y estando al lado de una mujer policía, dijiste que tenía una bomba. Tenías un algo tan espontáneo, te sacabas los nervios actuando por impulso y eso era totalmente lo opuesto a lo que yo hacía. Por mi parte, cuando tenía nervios por algo, solamente pensaba en todo lo que podía salir mal, pero vos en vez de pensar en eso, actuabas. Desde esa cafetería caminamos hasta la Facultad de Derecho bajo el sol, el sol que nos estaba matando ese día. Hasta llegar a un estilo de plaza entre varios cruces de avenidas y calles, elegimos un asiento medio en la sombra para sentarnos ahí en lo que quedaba de nuestra salida. Nos sentamos esperando que alguien o algo nos diera el coraje para besarnos, porque aunque existía una tensión y un estilo de presión implícita para hacerlo, todavía no nos animábamos. Me acuerdo que teníamos las mochilas al costado y las piernas estiradas, los autos frenaban cada tanto en el semáforo que teníamos frente a nuestra mirada. No podría saber cuántas veces fueron las que pasó de rojo a verde, pero yo sabía que en alguna de todas esas veces, iba a tomar el impulso y me iba a animar a darte ese beso que esperabas.
El sol ya bajaba de a poco, se hacía la hora y vos me dijiste que tenías que volver antes de que se haga más tarde. Y esa fue la señal, esa ansiedad, ese miedo a que te vayas y que no quieras volver a verme, fue ese instante el que me dio lo que necesitaba. Así que te pregunté casi en voz baja si nos besábamos, y cuando nos miramos, lo hicimos. No sé si fue el sabor del labial, la respiración o la escena imaginaria de cómo nos veíamos desde afuera, pero sé que en ese momento me convenciste de que eras totalmente distinta a todas las personas que me había cruzado en mi vida. Quizás si no te besaba, no hubiéramos tenido una segunda salida, me gusta pensar que ese día hicimos todo perfecto. Soy una persona bastante lógica, pero no puedo evitar darle misticismo a situaciones como esas.
Después del beso vimos la hora y corrimos directo al subte, ibas a llegar muy tarde a tu casa. Con el tiempo empezamos a manejar mejor los horarios del tren, pero igual siempre preferías llegar más tarde a tu casa a cambio de un rato más conmigo (gracias por tomar ese riesgo por mí). El primer viaje de regreso en subte, no te acompañé hasta la estación de tren sino que nos saludamos dentro del subte y vos te fuiste sola. Ojalá pudiera volver y acompañarte, porque extraño mucho verte de espaldas yendo al vagón y pensar en la próxima vez que te iba a ver venir del vagón hacia mí.
A la noche de ese día nos dimos cuenta de que nos sentíamos mal de salud, y me dio mucho miedo que te hayas enfermado por mi culpa. Tanto así que me daba miedo volver a verte y mucho más miedo volver a besarte. Me generaba pánico la idea de que tenía algo en mi organismo que te hiciera mal al compartir saliva. Pero como hiciste una y mil veces, ibas a decirme que no le diera importancia al miedo invitándome a salir otra vez.
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Pasaron los años ya desde ese día y pasó relativamente un año desde el último día donde sentí la necesidad de escribir para descargar lo que desbordaba de mí.
Te escribí eso mientras estábamos en la lucha más complicada de nuestra relación. Buscaba revivirte, buscaba volver a encender esa luz que tenés en los ojos. Pasaban los días y la luz seguía apagada. Hasta el día de hoy todavía hay veces en las que se apaga, pero en el fondo sé que nunca va a volver a ser como esa vez.
A veces siento que en esa lucha perdí algo de mi personalidad, quizás y muy seguramente haya sido la inocencia. Ese día descubrí la facilidad que tiene la vida para dar un giro completo y dejarte mal posicionado. Descubrí lo que era ir a la guerra sin armas, solo con la intención de volver a casa. Y ese volver a casa era que volvieras a ser quien eras antes.
Más años pasaron, releyendo me doy cuenta de cómo todavía logro identificarme con muchos sentimientos que escribí. Todavía siento un vacío enorme por esas noches donde luchamos por revivirte.
Mira, la vida no fue justa con nosotros y mucho menos con vos, te puso en un contexto muy complicado desde tu niñez y en los años de pandemia además de tu enfermedad perdiste dos piezas muy importantes de tu vida. Intenté actuar siempre lo mejor posible, intenté siempre ser fuerte, para que verme mal no fuese una preocupación para vos.
Hoy me desmorono, hoy soy una mezcla de los peores y los mejores momentos que compartimos. Hoy sos lo único que me queda porque me acostumbré a elegirte durante años por sobre los demás. Hoy siento que la vida me está dando una lección por haber puesto todas las fichas en vos.
Intento desapegarme de vos pero tengo ganas de ir corriendo hasta lo que era nuestro departamento y gritarte lo mucho que te amo desde la calle. Siento que sos la única persona en este mundo entero que entiende por completo como me siento, como pienso, como soy y me aceptó durante años así.
Me duele mucho ser insuficiente para vos hoy, no ser quien necesitabas que fuera, de verdad siento mucho si podía hacer algo para mejorar las cosas y no lo hice.
Sé que aunque me hayas dicho hace unos días lo de casarnos y tener a Dulce, en realidad no querés que suceda y solo no me lo decís por piedad.
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